(fragmento)
El hombre que vendía globos llegó al pueblo con las tormentas de septiembre. Vino andando solo por la vereda del río, silbando canciones de norias y tiovivos.
Situó la mesa que traía colgada a la espalda en la plaza, abrió la bolsa de cuero y sacó decenas de pequeños globos desinflados y un rollo de cuerda roja. Y uno, y dos, y tres. Y uno, y dos, y tres. Tres bocanadas de aire daban forma a un nuevo globo, al que hacía de inmediato un nudito con el cordelillo. Y uno, y dos, y tres: el manojo que estaba unido al suelo por su muñeca se apretaba por momentos, formando una nube multicolor que alcanzaba las primeras hojas de los olmos. Los niños se acercaron y contemplaron los globos con anhelo. – Yo quiero el verde – dijo uno. – Y yo, el azul – replicó otro. – Y yo…, y yo…, ¡yo no sé cuál quiero! – añadió el más pequeño. Pero nadie compraba globos. En el pueblo no había dinero en ningún bolsillo…
… continuará en el libro de Juan el de los Colores